Este articulo esta basado en el trabajo y propuesta de Kristin Neff y Christopher Germer.
Poco a poco nos vamos dando cuenta de que no sirve de mucho escapar de nuestros problemas y que resulta mucho más adecuado enfrentarnos, con actitud de aceptación y de amistad, directamente a ellos.
Ciertamente enfrentarnos a las emociones difíciles intensifica nuestro dolor y la tendencia natural de mirar hacia otro lado.
No obstante, la única salida posible es a través de ellas.
Si queremos tener una vida sana y autentica, debemos tener el valor de permanecer presentes con el dolor emocional.
Eso no significa que debamos enfrentarnos a todas nuestras emociones difíciles en toda su intensidad.
Para el cultivo de la compasión basta con conectarnos con la dosis de dolor emocional suficiente para no vernos y sentirnos desbordados.
El arte de la autocompasión incluye la aproximación gradual a la incomodidad emocional apenas aparezca.
Hay cinco fases sucesivas de aceptación de las emociones difíciles:
- Resistir: que consiste en luchar contra lo que aparece.
- Explorar: acercarnos con interés, con curiosidad a lo que nos resulta desagradable.
- Tolerar: acompañar con firmeza, puedo soportarlo.
- Permitir: que los sentimientos vengan y vayan.
- Hacerse amigo: valorar su importancia.
Ese modelo lo podemos utilizar de forma prudente para estar con las emociones difíciles que aparecen en la cotidianidad de nuestra vida. Retroceder para mantenernos seguros puede ser la mejor lección de autocompasión que podemos aprender.
Los recursos de mindfulness y autocompasión nos ayudan a trabajar con nuestras emociones difíciles sin eludirlas ni resistirnos, y sin venos desbordados por ellas.
Hay tres estrategias especialmente útiles para trabajar con las emociones difíciles:
- Etiquetar las emociones
- Ser conscientes de la ubicación corporal- sensaciones- de las emociones
- Ablandar-calmar-permitir
Las dos primeras estrategias se basan en atención consciente o mindfulness, la tercera se orienta más hacia el cómo, la actitud y específicamente la compasión.
Nombrar o etiquetar las emociones nos ayuda a desidentificarnos o alejarnos de ellas.
Desde la neurociencia se ha visto que, al etiquetar las emociones, la amígdala, una estructura cerebral que se ocupa entre otras funciones de registrar el peligro, se vuelve menos activa y disminuye la probabilidad de que desencadene una reacción de estrés. Solemos experimentar una leve libertad emocional que nos abre un mayor abanico de respuestas posibles.
Las emociones tienen componentes mentales, es decir pensamientos y componentes corporales, es decir sensaciones.
Resulta más sencillo trabajar con los componentes corporales que acompañan a una emoción difícil que con sus componentes mentales. Los componentes mentales, los pensamientos nos arrastran con mucha facilidad y nos quedamos enganchado en el proceso de rumiación.
Cuando identificamos y anclamos corporalmente nuestras emociones, cuando identificamos las sensaciones físicas asociadas a la emoción y mantenemos en nuestra conciencia atenta, es decir con mindfulness, las emociones difíciles suelen empezar a cambiar solas.
La provisionalidad de las mayores difíciles es mayor cuando las contemplamos con una actitud amorosa y con aceptación, entonces nos atraviesan con más facilidad.
Ablandar es una compasión física, es dejar ir la tensión corporal acumulada. Calmar es reposar y descansar la mente, es noble silencio y permitir es generar espacio.
Nuestra intención no consiste tanto en cambiar la sensación como en sostenerla amablemente.
La sanación requiere tiempo y hay que respetar nuestros límites. Caminando despacio, a tu ritmo, llegarás más lejos.